domingo, 28 de agosto de 2011


Sala dPrensa
87Enero 2006
Año VII, Vol. 3

WEB PARA PROFESIONALES DE LA COMUNICACION IBEROAMERICANOS
A R T I C U L O S

La generación de opinión pública: ¿Asunto público o privado?
Luis Horacio Botero Montoya *
Pese a que el paradigma de la opinión pública se identifica con postulados del interés manifiesto, visible, accesible y colectivo, es decir, desde su dimensión pública, este trabajo pretende demostrar que es la dimensión contraria (la privada) la que desde entonces y hasta nuestros días ha hecho una apropiación de la opinión pública, haciéndonos creer que la protesta en las calles, los planteamientos expresados por los llamados líderes de opinión y que los sondeos de opinión publicados en los medios masivos de comunicación son manifestaciones propias del pueblo y que reflejan el pensamiento público sobre los asuntos que afectan a una mayoría.
Incluso, y sin alarde alguno, nuestra intencionalidad se enmarca dentro de la premisa que es urgente e inmediato una reivindicación de lo público como una alternativa para rescatar la verdadera dimensión de la opinión pública, y así afrontar la serie de problemas que vive el país, sobre todos aquellos relacionados con el ideal colectivo de país, entre ellos aquel tan esquivo de la paz.
Por ello, uno de los objetivos de este trabajo radica en la necesidad de discutir aquellos planteamientos, a modo de paralelo, que involucran los conceptos de lo público y lo privado, con el fin de plantear que la manifestación de la opinión pública, desde la Ilustración hasta nuestros días, ha sido la historia de una serie de vocerías de una minoría que, en nombre de la mayoría, dice representar los intereses colectivos y públicos.
La opinión
Desde el punto de vista conceptual e histórico, la opinión pública surgió paralela al concepto de Estado Moderno y como una consecuencia lógica de la Ilustración. Pensadores como Rousseau, Locke, Montesquieu, Kant y Hegel definieron a la opinión pública como propia del ordenamiento jurídico del Estado. Para Rousseau, reconocido como el padre de la opinión pública, ésta debía ser entendida como expresión de la voluntad general; para Kant era la concreción del concepto de Ilustración, del uso público de la razón y de la ley pública; para Locke, tres leyes definían la conducta humana: la ley divina, la ley civil y la ley de opinión pública. Entre tanto, para Hegel, la opinión pública estaba destinada a ser el instrumento mediante el cual la sociedad manifestaba su respaldo o su desprecio por las decisiones gubernamentales o por los propios gobernantes.
Precisamente, desde sus orígenes, “la opinión pública era el ejercicio de reflexión de los individuos libres sobre su asociación y existencia universal como seres libres; era el consenso general, la opinión unitaria del público ciudadano respecto de la ley a promulgar y de la decisión a tomar”.1
Es precisamente en la Revolución Francesa donde el concepto de soberanía aparece circunscrito al concepto de pueblo (“La soberanía radica en el pueblo”)2 y este vocablo pasaría, luego, a connotar el concepto de lo público, es decir, lo visible, lo manifiesto, lo accesible, lo propio del interés común, lo colectivo, lo propio del interés general y, específicamente, lo relacionado con los asuntos que afectan la relación pueblo y administración del Estado.
En esas condiciones, la opinión pública se convirtió en una miscelánea de hechos y de razones igualmente dignas, sobre lo que no puede haber criterios de exclusión. La opinión pública no aparece ligada ya al consenso general, sino que se asocia con “la regla de la mayoría” en los procesos electorales del pluralismo de partidos, asuntos propios de los discursos de los burgueses franceses.
De allí que aparezcan algunas definiciones sobre opinión pública, como por ejemplo la de Hans Speier, según la cual “entendemos por opinión pública las opiniones sobre cuestiones de interés para la nación, expresadas libre y públicamente por gentes ajenas al gobierno, pero que pretenden tener el derecho de que sus puntos de vista influyan o determinen las acciones, el personal o la estructura del gobierno”.3 Y más adelante, con la democracia representativa, legado político de la Revolución Francesa, la opinión pública se constituye como una reunión de intereses de los hombres de una comunidad y es utilizada para referirse a juicios colectivos fuera de la esfera del gobierno.
Pero la aparición de las masas demandantes de igualdad busca darle un nuevo significado a la vigencia de los derechos universales (llevar a un plano de igualdad social y material la igualdad formal de la ley). O sea que aparecen las reivindicaciones referidas a mejorar las condiciones de trabajo, lo mismo que aspiraciones personales y familiares. Luego, lo que en un principio parece referirse a aquellos asuntos de interés general, propios de los iniciales fenómenos de opinión pública, se transforma en asuntos propios del interés privado.
Por ello, con el incremento de una esfera pública política activa, la opinión pública emergió como una nueva forma de autoridad política, con la cual la burguesía podía desafiar al gobierno absoluto.
“En la opinión pública ilustrada, una minoría, en calidad de elite, asume la representación de unos intereses aparentemente universales, pero que en el fondo trabajaban a favor de los intereses de la naciente burguesía.”4
Lo que al principio parecía identificarse con propósitos altamente colectivos, propios del interés general y colectivo, se convirtió a la postre en un asunto exclusivo de unos pocos que, en nombre de la mayoría, representan una minoría excluyente y privatizadora de los asuntos públicos.

Sobre lo público

Para abordar los conceptos acerca de lo público y lo privado, es necesario acudir, en primera instancia, al Diccionario de Sinónimos y Antónimos de Legis. Veamos:
Público: Sinónimo de patente, conocido, manifiesto. Lo público es lo que a nadie se oculta. Notorio, entendido como lo que es generalmente sabido.
Privado: Sinónimo de personal, particular, que no es público.
Ahora bien, en el Diccionario Básico, las definiciones no distan del enfoque de la sinonimia. Veamos:
Público: Del latín “publicus”. 1. Notorio, sabido por todos. 2. Vulgar, común y notado por todos. 3. Se aplica a la potestad, jurisdicción y autoridad para hacer una cosa como contrapuesto a privado. 4. Perteneciente a todo el pueblo. 5. Común del pueblo o ciudad.
Otra concepción enfatiza que público es sinónimo de evidente, que no es privado, edificio público; Pertenece a todo el pueblo. Por ejemplo, una vía pública. El pueblo en general; opinión pública, asistencia, concurrencia; Publicar: revelar lo que está secreto; Hacer pública una cosa; Divulgar.
Público: Conocido por todos que resulta notorio por oposición a privado; Se dice de la jurisdicción y potestad del común de la sociedad; Dar a luz; a la vista de todos, sin secreto.
Entre tanto, el concepto de lo privado es sinónimo de privar. Que no es público. Se refiere a la intimidad de alguien; Interior o íntimo. Vida privada o personal. El que tiene privacidad con otro que le es familiar; Privar es despojar a uno de lo que poseía, defraudar o frustrar. De modo privado, con exclusión de todos los demás; Intimo que se realiza en estricta familiaridad; Personal o particular de cada cual.
El concepto de privado deriva en privatización y privacidad. Privatización, por ejemplo, sinónimo de uso exclusivo de una propiedad pública por particulares; Paso a manos privadas de un bien público o derecho estatal; puede deberse a presiones financieras o ser resultado de una política de socialización de pérdidas. Privacidad como derecho de los individuos sobre los datos informatizados relativos a sus personas de que disponen las entidades públicas o privadas.
Sin embargo, la distinción entre la esfera pública y la esfera privada corresponde al campo familiar y político, categorías que han existido como entidades diferenciadas y separadas, al menos, desde el surgimiento del concepto de Ciudad-Estado.
“El nacimiento de la Ciudad-Estado significó que el hombre recibía además de su vida privada una especie de segunda vida, su bios politikos. Ahora, todo ciudadano pertenece a dos órdenes de existencia, y hay una tajante distinción entre lo que es suyo (idion) y lo que es comunal (koinon).”5
Históricamente, es muy probable que el nacimiento de las ciudades-estados y, con ellas, la esfera de lo público, ocurriera a expensas de la esfera privada familiar. Lo que dieron por un hecho los griegos, fuera cual fuera su posición y oposición a la vida de la polis, es que la libertad se localiza exclusivamente en la esfera política, que la necesidad individual es de manera fundamental un fenómeno prepolítico, característico de la organización doméstica privada y que la fuerza y la violencia se justifican en esta esfera porque son los únicos medios para dominar la necesidad. Un ejemplo que tipifica esta aseveración, lo constituye el hecho de que para los griegos es posible gobernar a los esclavos dentro de una concepción de una sociedad que exaltó el hecho de poder llegar a ser libres.
Para los griegos, y ahondando aún más en la dicotomía filosófica de ambas esferas, la justicia pertenecía al terreno de lo público, mientras que la felicidad, tan cara y anhelada por la polis, era un asunto meramente privado. La felicidad es individual, personal, íntima. Pertenece al Ser.
Por este carácter ancestral, agudizado en profundas disertaciones públicas y privadas, hoy ese legado antiguo atravesó todas las definiciones, acercamientos y connotaciones de ambos conceptos.

De lo secular a lo sagrado

La separación entre lo público y lo privado permaneció por varios años a lo largo de la Edad Media, perdiendo gran parte de su significación, pero no por completo. En efecto, tras la caída del Imperio Romano, la iglesia Católica ofreció a los hombres un sustituto a la ciudadanía que anteriormente había sido prerrogativa del gobierno municipal. La tensión medieval entre la oscuridad de la vida cotidiana y el grandioso esplendor que presentaba y esperaba a lo sagrado, corresponde al ascenso de lo privado a lo público en la antigüedad.
Al decir del historiador Slavery Barrow, “mientras que cabe identificar con cierta dificultad lo público y lo religioso, la esfera secular bajo el feudalismo fue por entero lo que había sido en la antigüedad la esfera privada. Su característica fue la absorción, por la esfera doméstica, de todas las actividades y, por tanto, la ausencia de una esfera pública”.6
Del concepto del bien común
De otro lado, y trasladando la discusión al terreno de lo común y lo colectivo, el concepto medieval del “bien común”, lejos de señalar la existencia de una esfera política, sólo reconoce que los individuos particulares tienen intereses en común, tanto materiales como espirituales y que sólo pueden conservar su intimidad y atender a su propio negocio si uno de ellos toma sobre sí la tarea de cuidar ese interés común.
Lo que distingue esta actitud moderna no es tanto el reconocimiento de un “bien común” como la exclusividad de la esfera privada y la ausencia de esa esfera, curiosamente híbrida, donde los intereses privados adquieren significado público, es decir, lo que denominamos, genéricamente, sociedad.
Hannah Arendt al referirse a la connotación de lo público y lo privado del párrafo anterior, dice lo siguiente: “La desaparición de la zanja que los antiguos tenían que saltar para superar la estrecha esfera doméstica y adentrarse en la política es esencialmente un fenómeno moderno. En el mundo moderno, las dos esferas fluyen de manera constante una sobre la otra”.7
Y es que el concepto clásico, manejado por los griegos y romanos, generadores de la cultura y tendencias del pensamiento en Occidente, no logró resolver la contradicción entre uno y otro. Incluso, el propio Barrow argumenta que “el concepto sobre la excelencia, arete para los griegos y virtus para los romanos, se asignó desde siempre a la esfera pública, donde cabe sobresalir y distinguirse de los demás. Toda actividad desempeñada en público puede alcanzar una excelencia nunca igualada en privado, porqueésta, por definición, requiere de la presencia de otros, y dicha presencia exige la formalidad del público, constituido por la pares de uno, y nunca la casual, familiar presencia de los iguales o inferiores a uno”.8
En la actualidad, llamamos privada a una esfera de intimidad, cuyo comienzo puede retraerse en los últimos romanos, apenas en algún periodo de la antigüedad griega, y cuya multiplicidad y variedad eran desconocidas en cualquier periodo anterior a la Edad Media. En el sentido antiguo del término, el rasgo privativo de lo privado era muy importante y, literalmente, significaba el estado de hallarse desprovisto de algo, incluso de las más elevadas y humanas capacidades.
El hecho histórico decisivo es que lo privado moderno en su más apropiada función, la de proteger lo íntimo, se descubrió como lo opuesto no a la esfera política, sino a la social, con la que, sin embargo, se halla más próxima y auténticamente relacionada.
En la esfera privada de la familia era donde se cuidaban y garantizaban las necesidades de la vida, la supervivencia individual y la continuidad de la especie. Una de las características de lo privado, antes del descubrimiento de lo íntimo (concepto netamente moderno) era que el hombre existía en esta esfera no como un verdadero ser humano, sino únicamente como espécimen del animal de la especie humana. Esta era, precisamente, la razón básica del tremendo desprecio que la antigüedad le dio a lo privado.
La esfera pública: lo común
Otra concepción entre lo público y lo privado es aquella atravesada por el tema de la propiedad. En este sentido, la palabra público significa dos fenómenos estrechamente relacionados, si bien no idénticos por completo. En primer lugar significa que todo lo que aparece en público puede verlo y oírlo todo el mundo y tiene la más amplia publicidad posible.
En segundo lugar, el término público significa el propio mundo, en cuanto es común a todos nosotros, diferenciado de nuestro lugar poseído de manera privada en aquel.
La esfera privada: la propiedad
La palabra privado, por su parte, cobra su sentido original, es decir, privativo. Vivir una vida privada por completo significa, por encima de todo, estar privado de cosas esenciales a una verdadera vida humana: estar privado de la realidad que proviene de ser visto y oído por los demás; estar privado de una objetiva relación con los otros que proviene de hallarse relacionado y separado de ellos, a través del intermediario de un mundo común de cosas; estar privado de realizar algo más permanente que la propia vida.La privación de lo privado radica en la ausencia de los demás. Cabe entonces preguntarse ¿hasta dónde concierne a los otros? El hombre privado no aparece y, por lo tanto, es como si no existiera. Cualquier cosa que realiza carece de significado y consecuencia para los otros y lo que le importa a él no interesa a los demás.
Bienes públicos y bienes privados
Una distinción inherente al concepto de lo público y lo privado radica en la naturaleza de los bienes. Los bienes privados, tales como alimentos, vestido, vivienda, automóviles, adornos, entre otros, son muy distintos a los bienes públicos (parques, seguridad pública, educación primaria, campañas de vacunación, etc.). Esta distinción radica en su naturaleza. Por definición, quien disfruta un bien privado es su dueño, es decir, el consumo es individual (por ejemplo, el poseer un vehículo, colocarse un vestido, etc.). Entre tanto, en los bienes públicos el consumo es colectivo y toda la sociedad es la que se beneficia de ese bien, tal como sucede con campañas masivas de vacunación o programas de educación primaria y secundaria.
Una segunda distinción se relaciona con la posibilidad de exclusión en el uso del bien por el mecanismo de precios, es decir, por las reglas del mercado. En los bienes privados, por ejemplo, quien quiere un bien tiene que pagar un precio por éste y si no lo hace no tiene acceso a dicho bien. En cambio, en los bienes públicos, este principio de exclusión no opera igual. Por ejemplo, si la seguridad social aumenta, el beneficio será de todos, independiente de si cada individuo la buscó o no, o si la persona pagó o no por estos servicios o si canceló sus impuestos. La no aplicación del principio de exclusión para los bienes públicos (léase colectivos) muchas veces significa que es muy difícil cobrar directamente por estos bienes, porque es común que la gente quiera disfrutar los servicios sin asumir los costos.
La moral cristiana, cristianismo y lo público
El testimonio y legado de la cristiandad, que marcó un hito en la historia de Occidente y que partió en dos el transcurrir histórico, es decir, Antes y Después de Cristo, ahonda aún más la brecha existente entre lo público y lo privado.
San Agustín, entre otros, es referente obligado para incursionar en esta temática: “La moralidad cristiana, diferenciada de sus preceptos religiosos fundamentales, siempre ha insistido en que todos deben ocuparse de sus propios asuntos y que la responsabilidad política constituía una carga, tomada exclusivamente en beneficio del bienestar y salvación de quienes se liberan de la preocupación por los asuntos públicos”.9
Ahora bien, la bondad en el sentido absoluto, diferenciada de lo “bueno para” o lo “excelente” de la antigüedad griega y romana, se conoció en nuestra civilización con el auge del cristianismo. El famoso antagonismo entre el primer cristianismo y la res pública, tan admirablemente resumido en la frase de Tertuliano “nec ulla magisres aliena quam pública” (ninguna materia nos es más ajena que la pública), se entiende como una consecuencia de las tempranas expectativas escatológicas que sólo perdieron su inmediato significado cuando la experiencia demostró que incluso la caída del Imperio Romano no llevaba consigo el fin del mundo.
La hostilidad de la jerarquía cristiana hacia lo público y la tendencia al menos en los primeros cristianos de llevar una vida lo más alejada posible de la esfera pública, puede también entenderse como una consecuencia evidente de la entrega a las buenas acciones, independiente de todas las creencias y esperanzas. El ejemplo que recrea esta aseveración lo constituye el hecho de que en el momento en que una “buena acción” se hace pública y conocida, pierde su específico carácter de bondad. Entre tanto, cuando aquella se presenta de manera abierta, deja de ser bondad, aunque para la moral cristiana puede seguir siendo útil como caridad organizada o como acto de solidaridad. Incluso, un postulado de la cristiandad establece como regla para sus seguidores “el procurar que las limosnas no sean vistas por los hombres”.
La bondad, entonces, sólo existe cuando no es percibida. Quien se ve desempeñando una buena acción, deja de ser bueno. Por lo tanto, “que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”.
Resulta sorprendente que esta manera de pensar y esta actitud haya sobrevivido en la secular época moderna a tal extremo que Kart Marx, quien en éste como en otros muchos aspectos, únicamente resumió, conceptuó y transformó en programa los básicos supuestos de 200 años de modernidad.
La diferencia del punto de vista cristiano y socialista frente al marchitamiento de conjunto de la esfera pública, es radical. Mientras que uno considera al gobierno como un mal necesario debido a la perversidad del hombre, el otro confía en su final supresión.
Lo que es imposible de captar desde cualquiera de los puntos de vista es que el “marchitamiento del Estado” había sido precedido por el debilitamiento de la esfera pública o más bien por su transformación en una esfera de gobierno muy restringida.
En la época de Marx, siglo XIX, ya había comenzado a marchitarse, es decir, a transformarse en una “organización doméstica” de alcance nacional hasta que en nuestros días ha empezado a desaparecer por completo en la aún más restringida e impersonal esfera de la administración pública.
Parece estar en la naturaleza de la relación entre lo público y lo privado que la etapa final de la desaparición de la primera vaya acompañada por la amenaza de la liquidación de la segunda.
Riqueza y propiedad
La relación estrecha entre lo público y lo privado, manifiesta en su nivel más elemental en la cuestión de la propiedad privada, posiblemente se entienda mal hoy en día debido a la moderna ecuación de propiedad y riqueza por un lado y carencia de propiedad y pobreza por el otro. Dicho malentendido es sumamente molesto, ya que ambas, tanto la propiedad como la riqueza, son históricamente de mayor pertinencia a la esfera pública que cualquier otro asunto e interés privado y han desempeñado, al menos formalmente, más o menos el mismo papel como principal condición para la admisión en la esfera pública y en la completa ciudadanía.
No es exacto decir que la propiedad privada, antes de la Edad Moderna, era la condición evidente para entrar en la esfera de lo público. Era mucho más que eso. Lo privado era semejante al aspecto oscuro y oculto de la esfera pública y si ser político significaba alcanzar la más elevada posibilidad de la existencia humana, carecer de un lugar privado propio (como era el caso del esclavo) significaba dejar de ser humano.
La riqueza privada se convirtió en condición para ser admitido en la vida pública no porque su poseedor estuviera entregado a acumularla, sino por el contrario, debido a que aseguraba con razonable seguridad que su poseedor no tendría que dedicarse a buscar los medios de uso y consumo y quedaba libre para la actividad pública. Por ello, resulta una verdad de perogrullo afirmar que la vida pública sólo era posible después de haber cubierto las más urgentes necesidades de la vida. Los medios para hacerles frente procedían del trabajo, y de ahí que a menudo la riqueza de una persona se estableciera por el número de trabajadores, es decir, de esclavos, que poseía. Ser propietario significaba tener cubiertas las necesidades de la vida y, por lo tanto, ser potencialmente una persona libre para trascender la propia vida y entrar en el mundo que todos tenemos en común.
Karl Marx decía que lo privado no hace más que obstaculizar el desarrollo de la “productividad social” y que se han de denegar las consideraciones de la propiedad privada en favor del proceso siempre creciente de la riqueza social.
“La creación de la riqueza social tiene también la dimensión física constituida por todo lo que facilita el bien común”.10 Por ello, es indispensable desarrollar una amplia conciencia ciudadana sobre la importancia de este concepto, privilegiadamente público, para que desde la comunidad se busquen (incluso) los mecanismos de medición de dicha riqueza.
Así, desde esta visión de la riqueza social, que es pública, el cuidado de las plazas públicas, de los escenarios deportivos, la limpieza de las calles y las rejillas de las aguas lluvias, la conservación y ornato de antejardines y fachadas, y la disciplina social, propiamente dichas, serán parte de esa riqueza que hay que fomentar. “Los procesos que hay que diseñar, las cruzadas que hay que emprender para que lleguemos a crear esa riqueza deben tener su medición para que pasemos del simple hacer por hacer a un hacer para lograr”.11
Lo social y lo privado
Lo que se llamó antes el auge de lo social coincidió históricamente con la transformación del interés privado por la propiedad privada en un interés público. La sociedad, cuando entró por vez primera en la esfera pública, adoptó el disfraz de una organización de propietarios que, en lugar de exigir el acceso a la esfera pública, debido a la riqueza, pidió protección para acumular más riqueza. “El gobierno pertenecía a los reyes y la propiedad a los súbditos, de manera que el deber de los reyes era gobernar en interés de la propiedad de los súbditos”.12
La riqueza común nunca podrá llegar a ser común en el sentido que hablamos de un mundo común, pues desde siempre los hombres hemos procurado que aquélla quedara en el terreno estrictamente de lo privado. Sólo es común el gobierno nombrado o elegido para proteger entre sí a los poseedores privados en su competitiva lucha por aumentar la riqueza.
El rasgo característico de la moderna teoría política y económica, hasta donde considera a la propiedad privada como tema crucial, ha sido acentuar las actividades privadas de los propietarios y su necesidad de protección por parte del gobierno, en beneficio de la acumulación de riqueza a expensas de la misma propiedad tangible.
Lo oculto y lo privado
De otro lado, la distinción entre lo público y lo privado, considerada desde el punto de vista de lo privado más bien que del cuerpo político, es igual a la diferencia entre cosas que deben mostrarse y cosas que han de permanecer ocultas. Sólo la Epoca Moderna, en su rebelión contra la sociedad, ha descubierto lo rica y diversa que puede ser la esfera de lo oculto bajo las condiciones de la intimidad, pero resulta sorprendente que desde el comienzo de la historia hasta nuestros días siempre haya sido la parte corporal la de la existencia humana la que ha necesitado mantenerse oculta en privado, cosas todas relacionadas con el proceso de la vida que antes de la modernidad abarcaba todas las actividades que servían para la subsistencia del individuo y para la supervivencia de la especie.

Marxismo y opinión

Para Karl Marx, por ejemplo, la opinión pública configura una visión peculiar del mundo, enfocado desde la posición particular de una clase social dentro de la dinámica histórica. Para este pensador, sólo las clases “en ascenso” logran una verdadera visión, es decir, que corresponde objetivamente a la realidad histórico-social; las clases en descenso tienen una visión “ideológica” y una conciencia “falsa” debido a su decadencia. Por ello, para Marx, una vez que la burguesía se instala en el poder, pierde su objetividad respecto de la visión del mundo que tiene la nueva clase en ascenso, o sea el proletariado.
De acuerdo con este enfoque, la opinión pública se encuentra dividida en dos sectores irreconciliables: el sector “ideológico” de la clase en descenso y el sector “objetivo” de la clase en ascenso. Por ello, el carácter de objetividad y de verdad que podría, al parecer, ser un asunto propio de la opinión pública en sentido estricto de la palabra, constituye un producto de clase. La propiedad de los medios materiales de producción, y entre ellos los mal llamados medios masivos de comunicación, permite a la clase dominante la producción de ideas y el dominio sobre quienes no pueden disponer del acceso a los medios de producción.
Para Marx, la clase dominante manipula la opinión pública de tal manera que aparezca como la opinión y los intereses de los dominados. Esta manipulación, se lleva a cabo a través de los medios masivos de comunicación, los cuales deben crear la ilusión de que los intereses de los dominados son los mismos de los dominantes. Por ello, la utopía marxista se identifica con el propósito de que la opinión pública en el socialismo se convierta en un instrumento para la expansión y profundización de la conciencia socialista y como un mecanismo para concienciar a las clases dominadas.
Asunto de elites
De otro lado, y una vez se dinamiza en las sociedades modernas el concepto de opinión pública, es pertinente analizar aquella dentro de la cosmovisión privada, de la cual hablamos en la introducción de este ensayo. Precisamente, y de acuerdo con Karl Deutsch en su texto The Analysis of International Relations, en la formación de la opinión pública, las opiniones individuales fluyen desde arriba hacia abajo, mediante varios saltos, como en una cascada en escala, pero con sus remansos. Deutsch identifica, en orden descendente, tales remansos: el más alto lo forman los grupos económicos y sociales dominantes, luego vienen las elites políticas y gubernamentales, los líderes de opinión, los medios masivos de comunicación, y al final está la mayoría, la que otros llaman masa.
Para Deutsch hay dos niveles de una importancia particular: los medios masivos de comunicación y los llamados creadores de opinión (conocidos hoy como líderes o legitimadores de opinión). Del primer nivel afirma que representan el principal papel en la formación de la opinión pública. Son los medios los que asumen funciones como las de seleccionar las noticias, establecer las prioridades a la hora de clasificar tales noticias -léase agenda setting- y hacer de vigilantes, para denunciar la presencia de la corrupción y el abuso de autoridad.
Entre tanto, el segundo nivel o cascada de los creadores de opinión, además de influir sobre los medios, también es permeada por éstos. Tales creadores no constituyen más del 15% de todo el volumen de quienes siguen de cerca los mensajes de los medios. Pero, agrega Deutsch, esos creadores, asumidos como líderes de opinión, son quienes intervienen en el lapso de emisión y recepción del mensaje de los medios.
Asunto de intereses
La teoría administrativa moderna ha pretendido introducir el método gerencial de lo privado en el manejo de lo público, al igual que una reducida minoría ha pretendido representar a la mayoría, llevando la vocería de la opinión pública.
Este planteamiento se basa en el supuesto de la eficiencia del modelo gerencial propio de las grandes empresas del sector privado. Sin embargo, hacer gestión pública con el método de la gerencia privada no necesariamente conduce a la privatización de lo público (aunque puede hacerlo), sino a una extrapolación de dicho método.
Partiendo del supuesto de que el concepto de gerencia se origina en la teoría de la administración, basada en modelos privados, y que se ha pretendido copiar el método sobre toda actividad pública, en particular en la gestión de la administración pública, entonces por qué no pensar también que las grandes empresas no sólo deben realizar una gestión para generar riqueza y maximizar utilidades, además de generar empleo, pagar impuestos, bonos de guerra y ejecutar acciones filantrópicas, sino que también deben ejercer acciones sobre la sociedad.
En efecto, y por aquella verdad de que el gobierno se privatizó, y que la representación de lo público es propia de elites de poder, entonces cabe afirmar, al igual que en los planteamientos anteriores sobre el fenómeno de la opinión pública, que las principales decisiones políticas, económicas y sociales son adoptadas por pequeñas minorías. Los grupos de interés (léase elites en el buen sentido de la palabra) se convierten en el núcleo de decisión de múltiples esferas: en los partidos políticos, en el gobierno, en las juntas directivas, en las industrias, en los sindicatos, en los medios masivos de comunicación, en las cooperativas, en las organizaciones de base, en las comunidades. Entre tanto, los hombres comunes, el citadino y el campesino, el trabajador y desempleado, seguimos cumpliendo un papel pasivo, cediendo en una representación política el manejo de lo público y, algunas veces, aspirando a acceder al lugar que ocupan estas elites políticas en la democracia.
El papel del gobierno, originalmente circunscrito a ser la única institución organizada y poseedora de suficiente poder de decisión en las democracias, ha sido desplazado por grupos de poder, legítimos e ilegítimos, oficiales y no oficiales, cuyas decisiones rivalizan y contradicen, en poder y alcance, con aquellas propias del Estado. Las organizaciones privadas, agrupadas en centros gremiales de poder, con actividades semipúblicas en algunos casos (Andi, Fenalco, Comité de Cafeteros, Cámaras de Comercio, Acopi, Asoflores, entre otros) han dejado de ser fenómenos exclusivamente privados, pues su influencia directa y decisiva en la vida social, económica y política del país es indiscutible.
En términos contundentes, debemos reconocer el gran carácter político y la gran capacidad de poder que tienen los grupos y centros privados. El investigador Arthur Okun, en su libro Equality and efficiency the big trade off, publicado por Brookings Institution, muestra cómo los grupos de mayores ingresos y poder económico pueden utilizar y producir efectos favorables a sus intereses, así como pueden producir algunas iniquidades en la ejecución de las leyes o en las decisiones públicas. Por ejemplo, los grupos dominantes influyen con mayor facilidad sobre las decisiones públicas, dado que pueden invertir en campañas publicitarias de gran influencia masiva, y pueden realizar encuestas y sondeos de opinión, contratar abogados y tributaristas que les ayuden a minimizar el pago de los impuestos o a evadirlos.
En este sentido, el análisis sobre lo público y lo privado y su relación con la opinión pública podría llevarnos a determinar que:
  1. No todos los sectores sociales están representados en la toma de decisiones;
  2. Existe desigualdad en la capacidad de representación de los distintos grupos e intereses;
  3. Los temas incluidos en la agenda de las decisiones y en la agenda sobre los asuntos públicos -léase agenda setting- son aquellos que le convienen a los intereses de aquellos que ostenten la mejor representación;
  4. Los pasos que anteceden a la decisión definitiva se caracterizan por no desligarse de aquellos que se originan en los centros de poder económico, y
  5. Los resultados en las decisiones tienden a favorecer a aquellos que ejercen mayor presión para la toma de la decisión.
En nuestra democracia representativa se torna evidente que las decisiones que favorecen a la mayoría y que perjudican a unos pocos en forma notoria, tienden a estancarse en el debate público. La razón obedece a que la mayoría no sabe o no tiene la cultura política suficiente para defender sus intereses o no están definidamente organizados, como sí lo hacen los grupos o centros privados de poder. De otro lado, las decisiones que perjudican a la mayoría y benefician a una minoría se ejecutan en la práctica siempre y cuando el poder de esa minoría sea considerable. Por ejemplo, en Colombia ha hecho carrera que el sector privado, sobre todo el empresarial-industrial, apele a la famosa figura de la “socialización de pérdidas” cuando su gestión no es exitosa. En estos casos, los empresarios, a través de sus diferentes gremios, recurren al Estado en momentos de dificultades y crisis y presionan a los funcionarios públicos y a la opinión pública para conseguir recursos del gobierno por intermedio de subsidios o exoneración de impuestos, rebajas arancelarias o prebendas.
En otras palabras, las decisiones económicas, sociales, políticas y culturales tienen un alto costo colectivo y representativos beneficios privados para una hábil minoría.
Si asumimos el concepto original de opinión pública como propio de los asuntos políticos y que éstos comprenden una diversidad de actividades que influyen en las decisiones que afectan a la mayoría, entonces podemos afirmar que las elites políticas comprenden a aquellos individuos o instituciones que poseen la capacidad de gozar de poder y autoridad para tomar decisiones de impacto social. Luego, lo importante no es determinar el carácter público o privado que ocupe quien toma la decisión, sino que sus decisiones tengan relación con las expectativas comunes y que su nivel de influencia determine un cambio significativo en la sociedad.
“El interés común no posee un contenido previamente fijado y definido con precisión. Es la actividad política, el reconocimiento de los problemas sociales, el consenso sobre unos presupuestos, lo que va determinando el contenido del interés común.”13
Entre tanto, el concepto de elite política es más amplio que aquel que lo involucra exclusivamente con instancias de gobierno. Así, el mito de que la gran empresa es neutral y que sus decisiones están exentas de política, es decir, de interés público, deberá desmontarse e igual deberá suceder con el mito de que la opinión pública es objetiva y que se ocupa de asuntos de interés colectivo.
Propiciar la existencia de tales mitos, no es otra cosa que seguir promoviendo la existencia del poder detrás del trono, es decir, del “gobierno Invisible”, pues los gerentes y los líderes o creadores de opinión seguirán actuando de acuerdo con el criterio falso de la neutralidad y de representar la vocería de la mayoría.
De otro lado, la clase política, que ostenta el Poder Legislativo colombiano, ejerce el poder no sólo a través de las formas tradicionales de la ley o de los distintos hechos propios de la administración pública dentro de las normas que rigen el Estado de Derecho, sino que también ejerce poder como delegada de los grandes grupos económicos de poder, de los cuales esa clase política extrae los medios para acceder a dicha clase y permanecer, mediante el mecanismo de las elecciones.
Si la privatización de las decisiones del Estado continúa, al igual que se siga manipulando la opinión pública desde las elites de poder, el discurso estará altamente limitado, carente de posibilidades reales para modernizar lo público y la opinión pública. La extrapolación del método privado sólo será una frustración más, además de una sofisticada forma de colonización de los bienes públicos y la minimización del interés general y colectivo en beneficio de unos pocos.
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Notas:
1 Paidós. 1994. Página 87 PRICE, Vincent. “La opinión pública: esfera pública y comunicación”. Barcelona. Editorial.2 Frase con la que se inicia la redacción de los textos constitucionales en las nuevas repúblicas y estados soberanos.3 HANS, Speier. “Desarrollo Histórico de la opinión pública”. Editorial Roble. 1969. Página 56.4 HABERMAS, Jürgen. “Historia y Crítica de la opinión pública”. Ediciones Gustavo Gili. Barcelona. 1981. Página 67.5 DUBY, Georges y ARIES, Philippe. “Historia de la vida privada”. Ediciones Taurus. 1992. Página 42.6 BARROW, Slavery. “The Romans Empire”. Página 194.7 Arendt, Hannah. “La Condición Humana”. Ediciones Paidós. 1993. Página 123.8 Ibid. Página 156.9 San Agustín. “De Civitate Dei”. Página 221.10 ESPINAL CASTRILLÓN, José. “Calidad en el servicio público: la comunidad razón de ser del Estado”. Documento. Página 23.11 Ibid. Página 24.12 ALBERONI; Francesco. “La Nueva Edad Media”. Ediciones Paidós. Barcelona. Buenos Aires México. 1992. Página 118.13 CAMPS, Victoria. “El malestar de la vida pública”. Editorial Grijalbo. Barcelona. Página 97.
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* Luis Horacio Botero Montoya es docente de tiempo completo en la Universidad de Medellín. Esta es suprimera colaboración para Sala de Prensa.

sábado, 20 de agosto de 2011

Opinemos y listo ....

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